El 18 de julio y la España de hoy. Texto de Emmanuel M. Alcocer @Filomat_

«… es una tarea de todos y cada uno de los españoles, ciudadanos y miembros soberanos de su nación y por tanto también responsables de ella. Es tiempo ya de que superemos este guerracivilismo visceral y dañino que nos invade como un fantasma que viene del pasado. En nuestra mano queda hacerlo o no».

Ese día amaneció caluroso y despejado, como corresponde a un 18 de julio, y aunque ya desde el día anterior en el Protectorado de Marruecos se habían empezado a producir importantes y violentos movimientos insurreccionales, no había ningún indicio claro que pudiera hacer pensar en la terrible tormenta que se desataría momentos después en toda la nación, durante años. Hablamos, claro está, de la sublevación militar que acabaría encabezando Francisco Franco, del día del Alzamiento Nacional o Glorioso Alzamiento Nacional, como se denominó desde el franquismo –aunque esa es una expresión que ya tenía bastante solera; sin ir más lejos la podemos encontrar el 27 de abril de 1931 en el decreto que establecía la bandera de la Segunda República y que dice: El alzamiento nacional contra la tiranía, victorioso desde el 14 de abril, ha enarbolado una enseña investida por el sentir del pueblo con la doble representación de una esperanza de libertad y de su triunfo irrevocable–, o del golpe de Estado (fascista), como desde el bando republicano se denomina. Una dualidad interpretativa, maniquea, que, aún hoy, cansinamente, vemos señalada diariamente. Diariamente. Y no pocas veces. Y es que ese día, aunque no estaba en los planes que largamente el general Mola preparó para hacerse con el control la República, comenzaría una de las mayores convulsiones que ha sufrido España desde la invasión napoleónica a inicios del XIX, invasión que entonces dio como resultado la transformación del universal imperio español en una Nación política moderna en ambos hemisferios.

Día, pues, que supuso un terremoto histórico que sigue dejando réplicas en la actualidad –y en la legislación española, véase la Ley de Memoria Histórica de 2007–. Una actualidad, de nuevo, cada vez más sectaria y pobre en ideas tanto por parte de la abultadísima y chupóptera clase política como de sus votantes, que continuamente tienen que recurrir a esas fechas para engrasar sin descanso la maquinaria de la propaganda y la demagogia.

No entraremos en excesivos detalles acerca de lo ocurrido en esos momentos y en lo que vendría después, porque a pesar de que muy pocos españoles lo conocen como deberían, lo cual ayuda a su manipulación, existe una ingente y creciente cantidad de bibliografía y webgrafía en la que se puede consultar. Y aunque el debate siempre será algo que esté abierto, debe hacerse con los datos, con la historia, en la mano. Y es que con el pasar de los años la historiografía ha ido aportando estudios de gran interés para entender tal alzamiento militar –si fue la única solución o no la guerra en que desembocó es ya otro debate– y el caos continuo que supuso la II República. Para empezar hay que decir que las garantías constitucionales, de las distintas Constituciones, estuvieron suspendidas al menos la mitad del tiempo que duró la República. También debemos citar el fraude electoral de febrero del 36, que estudios como el reciente 1936. Fraude y violencia de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Vila García demuestran, aclarando cómo se manipularon hasta 50 de los 240 escaños de los que acabó apoderándose el Frente Popular, obteniendo así la mayoría absoluta. Junto a la manipulación de actas, la anulación en varias circunscripciones de las elecciones –para volver a repetirlas en un clima nada pacífico– o el nombramiento de diputados que no habían sido elegidos.

Otro punto significativo y siempre señalado, pues fue un punto de inflexión para la sublevación, es el asesinato de José Calvo Sotelo, cuyas previas amenazas de muerte en pleno Parlamento por parte de diputados como Dolores Ibárruri o el mismísimo presidente Casares Quiroga ya muestra el clima que ahí se vivía. Un asesinato y un clima en el que la presión de Indalecio Prieto y su círculo llegó a impedir que se realizara una investigación adecuada para determinar los hechos –lo cual no habría dejado demasiado bien a Prieto dados sus vínculos con los asesinos–, llegando a ser cesado el juez de instrucción –Ursicino Gómez Carbajo– que quería realizar tal investigación. Y es que el clima revolucionario o prerrevolucionario que se vivía y que desestabilizaba continuamente a los distintos gobiernos era palpable y notorio. Y sangriento. Que aun después de iniciada la sublevación en apenas dos días se sucedieran dos Gobiernos y estos pusieran reticencias a entregar armas a las clases obreras y sindicatos ya indica la desconfianza, y el temor, del propio Gobierno republicano respecto a las masas en las que en apariencia se apoyaban –aunque la propia sublevación militar daría como resultado tener que entregar esas armas, dado el gran apoyo que tuvo el alzamiento por parte de los militares, aunque la mayoría de forma inútil por circunstancias que vienen al caso–.

Y menos mal que esas masas nunca antes tuvieron tal cantidad de armas a su disposición, porque aun así hubo 2.629 muertos de unos y de otros durante los cinco años del régimen republicano –lo que da una media de 9 por semana–. Sin contar los constantes heridos en enfrentamientos entre facciones y en altercados con las fuerzas del orden público, así como las centenares de huelgas, saqueos, atentados, asaltos a iglesias y conventos –y su quema–, ¡a las bibliotecas!, y a las sedes de los partidos. Sin excluir teatros, casinos, restaurantes, bares y cafeterías. Violencia que, aunque no parezca posible, se acrecentó aún más tras las elecciones de febrero. Los asesinatos aumentaron, así como las palizas y detenciones indiscriminadas, destitución de jueces, o el asalto a las cárceles con la intención de liberar presos, incluidos los condenados por la revolución de 1934 …

Tal era el caos que muchos de los propios padres de la República, que con tanto esfuerzo y entusiasmo la proclamaron, terminaron espantados y asqueados hasta el punto de ver con buenos ojos el golpe de Estado militar. Casos como el de Ortega –hay que recordar su archiconocido no es esto, no es esto–, de Marañón o de Unamuno. Tal sería el asunto que el propio Indalecio Prieto llegó a reconocer que el fin de la República era algo que iban a merecer por su propia estupidez, o Julián Besteiro, que reconoció que si eran derrotados lo era por sus propias culpas.

Pero en definitiva, después de estas pinceladas, lo que nos importa resaltar aquí ahora es que esa sublevación militar, ese golpe de Estado contra el inestable Gobierno republicano, y que sería finalmente propiciado, como dijimos antes, por el asesinato de José Calvo Sotelo –como venganza por el asesinato de José Castillo, consecuencia a su vez de otros asesinatos previos, como comentábamos–, acabaría dando como resultado una España franquista que para bien o para mal configuró la España de hoy, esta democracia coronada en la que de momento vivimos. Aunque aquellos que caen en el idealista fundamentalismo democrático se empeñen en negar que España sea una «verdadera democracia», vaya usted a saber en base a qué elevados supuestos. Y es que en ese 18 de julio se alzaría también un virus ideológico que está corroyendo la cabeza de muchos españoles, el virus de la identificación de España con Franco (o con el franquismo).

Desde aquél mismo momento la propaganda franquista identificó ese alzamiento militar, del que saldría el espíritu Movimiento Nacional, con el alzamiento de la esencia española y por tanto, al ganar la guerra, con el franquismo. Llegando a convertir la guerra civil en una teológica cruzada contra el comunismo, dividiendo a los españoles en buenos y malos españoles[1] –cuando los que quedaron en el bando republicano, comunistas incluidos, eran tan patriotas como los demás–. Virus que la Transición, idealizada hasta el paroxismo, no pudo eliminar del cuerpo ideológico-político de la nación española y que las izquierdas españolas, ya desde los años 60 se puede ver, asumieron por completo. Cayendo así en la paradójica situación de apoderarse ellos mismos del discurso franquista, esto es, identificando e España con Franco y el franquismo. Generándose así una modulación negrolegendaria que tiene encorsetada ideológicamente –y legislativamente– a toda la nación, y que los nacionalismos fraccionarios aprovechan con biliosa habilidad.

Así pues, hoy, en esta España democrática y coronada, en esta España que sufrió un viraje ese 18 de julio, en esta España en la que las antiguas izquierdas y derechas han quedado homologadas y disueltas –aunque se sigue insistiendo en esa metafórica separación y para ello recurriendo falsamente a los días que comentamos– y que está en peligro de descomposición; en esta España, decimos, es necesaria, perentoria, una purga que elimine este virus político e ideológico y permita, empezando por las escuelas, la aceptación y conocimiento de nuestra historia. Una historia que para bien o para mal, de todo hay siempre, es nuestra. De todos. Una historia que debe ser presente, sí, pero no en tanto en cuanto propaganda, no deformada por la demagogia, pues la perversión ideológica e histórica, su corrupción, puede ser y es mucho más peligrosa para toda España que la terrible corrupción económica que, también, padecemos. Y esta no es una tarea de unos pocos, de los intelectuales, de los legistas o de los políticos, no, es una tarea de todos y cada uno de los españoles, ciudadanos y miembros soberanos de su nación y por tanto también responsables de ella. Es tiempo ya de que superemos este guerracivilismo visceral y dañino que nos invade como un fantasma que viene del pasado. En nuestra mano queda hacerlo o no.

[1] La misma perversión la podemos ver hoy cuando se habla de buenos y malos catalanes o buenos y malos vascos.

Autor: carmenalvarezvela

Abrí este blog para hablar de España y conforme ha pasado el tiempo, algunos amigos mucho más cualificados que yo colaboran para expresar nuestra común preocupación por los males que nos aquejan como nación. Otros participan escribiendo sobre música, cine, literatura, historia ... Debería cambiar el nombre del blog, "No me resigno", como mínimo por "No nos resignamos", ya veremos. Mi amigo Emmanuel M. Alcocer me dijo una vez que el peor error es el error de perderlo todo por no haber hecho nada. Pues ahí estamos, intentando hacer algo.

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