«…las regiones que más respeto exigen a su supuesta y artificialmente inflada diversidad son las que drásticamente impiden el desarrollo en su seno de la pluralidad de ideas. Se han convertido en pequeñas —por tamaño— pero terroríficas dictaduras. Además, se ha producido un efecto dominó en el resto de España en el que todos buscan un hecho diferencial que les permita obtener las prebendas de las que gozan las supuestas nacionalidades históricas. Y si no lo tienen, se lo inventan.»
El “Spain is different” de Manuel Fraga fue aquel famoso eslogan publicitario que, aparentemente, no tenía otro propósito que dar a conocer en el exterior la España de los sesenta, abrirse a Europa, y, finalmente, llenar nuestras playas de esculturales suecas que se convertirían en objeto de deseo del ahora denostado, vejado y vilipendiado macho ibérico, representado de manera insuperable por Alfredo Landa.
Más allá de la campaña publicitaria —que consiguió mucho más que un éxito turístico, pues trajo consigo la Ley de Tolerancia Religiosa y una obligada apertura del régimen—, la supuesta diferencia de España del resto de Europa en su génesis y en su forma de ser ha sido objeto de estudio, a lo largo de los dos últimos siglos, por parte de los más importantes pensadores, que abordaron el tema desde distintos puntos de partida y llegaron a conclusiones completamente distintas. Las más llamativas, recuerden, aquel “España es el problema; Europa, la solución”, de Ortega y Gasset, versus la propuesta de “españolizar Europa”, de Unamuno. Quién les iba a decir a este par que en el siglo XXI lo más moderno sería “la Europa de los pueblos”; es decir, de las regiones.
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