Esa clase de mujer, que no deja de ser una manipuladora nata, llorona, hipersensible para lo que le es propio y cruel para con el prójimo, y curiosamente más cruel para con la prójima —que sé muy bien lo que me digo—, no debería estar en política. La política necesita de personas —mujeres u hombres— que vengan llorados de casa, con experiencia laboral probada, con las emociones controladas, y, por supuesto, con unos estudios que acrediten un cierto conocimiento de las cosas. Que dejar la gestión pública en manos de patanes y advenedizos no interesa.
Ay, Ada, no voy a repetirte lo que con tanta razón ya se te ha dicho durante las últimas 24 horas; aquello de que nunca te has dignado a apoyar, defender, solidarizarte —expresión que tanto os gusta a vosotros, los progres—, con Inés Arrimadas o con Cayetana Álvarez de Toledo, o con tantos otros, posicionándote en contra de los totalitarios que las han insultado, vejado e intentado agredir. Ya está todo dicho. No puedo añadir nada más.
Pero hablemos de madurez, querida. Ya te he escrito dos cartas, y me veo obligada a remitirte una tercera, ¡con todo lo que tengo que hacer!, pero me temo, claro, que tú no sabes lo que es la empresa privada… un no parar. Bueno, no es que no lo sepas; es que no tienes la menor idea de lo que es trabajar, pero ése es otro tema.
Madurez, control de las emociones. No voy a criticar que en un momento concreto te salten las lágrimas, que eso le puede pasar a cualquiera, ni que en un día tontísimo llores como una magdalena. Pero es que no sé si lo tuyo es debilidad, afición o estrategia.
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