«… como mallorquina que se siente amenazada por una gente que insiste en anexionarme sin mi permiso a unos países inventados, me niego a cederles el paso».
Posiblemente, respecto al tema catalán, lo hayamos visto todo. Es de tal calibre la enajenación colectiva en Cataluña y el circo que han montado que, si no fuese por las nefastas consecuencias económicas y de ruptura social que está trayendo, sería para reír (a pesar de la vergüenza ajena, que es mucha). Pero no. No podemos reír la ocurrencias de dos millones de personas que, parapetadas tras su eterno victimismo, imponen su ideología nefasta. Ahora que van cayendo las caretas, vislumbramos «un sol poble» supremacista, genéticamente superior, tirano, opresor y lleno de odio, que pretende borrar del mapa los derechos democráticos de los catalanes y del resto de españoles. Y es que, señores míos, los nacionalismos pueden venir más o menos maquillados pero siempre son exactamente lo que son, movimientos totalitarios. Sabemos, aunque algunos prefieran ignorarlo, lo que son los nacionalismos por nuestra historia reciente. En España, sin ir más lejos, nos ha dejado casi mil muertos a manos de unos asesinos que decidieron que matar era más efectivo que hacer una revolución de «somriures».
Soy pesimista sobre el tema catalán pero, como mallorquina que se siente amenazada por una gente que insiste en anexionarme sin mi permiso a unos países inventados, me niego a cederles el paso. Porque ellos avanzan sobre Baleares y Valencia, siempre de la mano de partidos de izquierdas en los que encuentran apoyo. Se meten en en nuestras instituciones, en nuestras escuelas y nuestras universidades, adoctrinan a nuestros hijos, esparciendo su ponzoña. Niegan nuestra lengua y nuestras costumbres imponiendo las suyas que, por supuesto, son superiores. Ellos no descansan, no desfallecen. Mientras, nosotros vivimos en una falsa calma, creyéndonos inmunes y protegidos, como si todo esto no fuese a ir a más. Y el nacionalismo, si no se ataja, siempre crece. Crece hasta que ya es imposible pararlo. Por lo menos, pacíficamente.
No veo una solución a corto plazo porque no veo voluntad política de poner fin a este delirio nacionalista que avanza no solo en Cataluña sino en muchos rincones de nuestra geografía.
No hay valientes ya en política.