El proceso separatista produce monstruos. Lleva años produciéndolos. Y uno de los más divertidos, refrescantes e ingeniosos es el que responde a un nombre casi de leyenda: Tabarnia.
La palabra es el resultado de mezclar los nombres de las provincias de Barcelona y Tarragona. Y el proyecto pretende segregar esas dos provincias del resto de Cataluña, obteniendo la condición de nueva comunidad autónoma del estado español al amparo de los artículos 143 y 144 de la Constitución. Todo ello, claro está, como respuesta al propósito separatista de la Generalidad.
Lo que seguramente comenzó como una broma con unos cuantos gintonics de más ha ido tomando sorprendente forma, y es que a medida que se manipulaba el juguete se le descubrían más y más utilidades. La primera, el sentido del humor como arma infalible para tratar con los separatistas: para ellos el humor es como el ajo para los vampiros. Simplemente les horroriza, lo desconocen. Siempre y cuando se refiera a sus cosas, claro: para mofarse del contrario no les faltan ganas, ni medios, ni programas de televisión pagados con nuestros impuestos. Pero ¿el humor como autocrítica? Jamás. Todos sabemos que el concepto de Cataluña es sagrado.
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