Yo no soy politóloga, ni periodista, ni tertuliana. Aclarado ya esto, no puedo analizar lo que pasó ayer en Cataluña más que desde mi pequeñez como ciudadana que tiene ojos y ve cosas. Porque sí, en la elecciones de ayer en Cataluña pudimos ver muchas cosas dignas de tener en cuenta, algunas las esperábamos, otras nos sorprendieron y otras nos disgustaron profundamente.
Lo primero que cabe destacar es que la brecha entre constitucionalistas y secesionistas es cada vez más clara y, desgraciadamente, más profunda. Ya no tenemos una Cataluña, ni una «nación» y, mucho menos, un «sol poble». Y los números indican que son dos mitades casi perfectas. Una mitad es más rural y la otra más cosmopolita, pero Cataluña ya es, de facto, una «nación de naciones». Qué paradoja…
Otra cosa que nos ha sorprendido es que, contradiciendo a nuestra querida Talegón, Cataluña es de derechas. ¡Oh, Bea, sí! ¡Open your eyes, baby! Y que la derecha catalana es prosecesión. Sorpresas aquí tenemos para todos los gustos, como pueden ustedes ver…
También hemos constatado que nuestro Presidente, Mariano Rajoy, ahora conocido como «el pasmao», puso un tirita donde debió meter al paciente en quirófano. Metió un 155 «light» que no tocaba, ni de lejos, la raíz del problema que pretendía arreglar y se precipitó convocando unas elecciones para que no lo tachasen de autoritario o de «facha de toda la vida». Quiso contentar a todos y no satisfizo a nadie. Por los resultados electorales, a los suyos a los que menos.
Por supuesto, pero eso ya lo sabíamos todos, nos quedó meridianamente claro que nuestra ley electoral es una soberana porquería y, en Cataluña, además, el mejor aliado del «sentimiento catalán». Ese sentimiento tribal que sale de la tripa y con el que no se puede razonar, porque, obviamente razonar con una tripa es inútil. Y digo esto, porque después de ver como la economía catalana se desploma, huyen empresas e inversores, cae el turismo, «la tripa», que no el cerebro, les obliga a continuar hacia el precipicio de su quimera secesionista.
Yo solo percibo, repito, desde mi humilde pequeñez, dos formas de acabar con esto.
La primera, dándoles lo que quieren. Un referéndum. Un referéndum con condiciones, claro. Entre otras, que el número de votantes pro secesión sea razonable. No, señores indepes, el 50 + 1, no puede ser suficiente para un paso de este calado. Luego, devolución de la deuda y otras cositas. Creo que con eso, el secesionismo quedaría anulado.
La otra, entrar en Cataluña con un 155 de verdad. Uno que vaya al núcleo del problema. Uno que les deje sin herramientas para seguir con este delirio. Retomar educación y medios públicos. Vamos, un 155 y no una farsa, ustedes me entienden. No ha nacido en España el que se atreva con eso. Bueno, o sí, pero no creo (ni deseo) que se haga con la presidencia a corto plazo.
Y creo que hablo por boca de muchos cuando digo que hay que hacer algo y hacerlo YA. Porque nos ganarán, aunque solo sea por agotamiento.