«Pero lo verdaderamente triste es que un par de millones de catalanes siga comprando entradas, en forma de voto, para este espectáculo bochornoso. No se dan cuenta de que ellos tampoco les importan una mierda: simples peones en un tablero, carne de cañón a la que exprimir y utilizar. Ese es el gran problema y enorme reto para España: hacer que ese grupo de ciudadanos sea consciente de las dimensiones del engaño del que han sido y siguen siendo objeto.»
Se llenan la boca hablando de Cataluña, de democracia, de libertad, de persecución, opresión y represión. Manifiestan de forma altisonante su amor a la patria, su lealtad al pueblo. Se proclaman nación milenaria, espejo de civilización y fuente inagotable de cultura. Pero en realidad, Cataluña les importa una mierda.
Han convertido los restos del proceso golpista en una vergonzosa timba. En un delirante reparto de cuotas de poder y en una búsqueda malsana de la manera que más eficazmente pueda prolongar la tensión y el enfrentamiento.
Que las empresas (todas las grandes y muchas de las medianas) hayan salido de Cataluña, y no para irse fuera de España precisamente, lo minimizan, ocultando que los inevitables efectos en términos de pobreza y paro vendrán a medio plazo.
Que el mundo entero afirme, reafirme y confirme que Cataluña saldría (no la echarían) de la Unión Europea, con lo que ello implica de aislamiento y empobrecimiento, lo enmascaran diciendo que los catalanes podrán seguir teniendo el pasaporte español, con lo cual seguirán siendo europeos. Curiosa aventura la que pretende crear una nación independiente con ciudadanos que no lo sean.
Que haya que vulnerar leyes, constituciones, estatutos y reglamentos, estatales o autonómicos les da igual, aunque ello arruine la seguridad jurídica, bastión irrenunciable para atraer y mantener la inversión y la iniciativa empresarial. Y para sostener la democracia, por supuesto.
Que la economía catalana esté arruinada y endeudada como consecuencia de su pésima gestión y de un despilfarro indescriptible en estructuras del proceso lo consideran un paso inevitable para llegar al paraíso prometido.
Que la sociedad esté absolutamente fracturada y al borde literalmente del enfrentamiento lo asumen como un precio necesario.
Solo les importan los cargos, la impunidad y seguir controlando el presupuesto y los medios de adoctrinamiento. Han llevado a la Generalidad a su intervención, han provocado la vergüenza de que el gobierno de España haya tenido que disolver el tan cacareado “parlamento más antiguo de Europa”. Han puesto en cuestión la fiabilidad de la policía autonómica, convirtiéndola en un cuerpo político al servicio de una causa ideológica. Han embrutecido el parlamento catalán con sesiones bochornosas y colocando al frente a políticos sectarios que en modo alguno representan a todo el arco parlamentario. Han conseguido convertir Cataluña en la comunidad autónoma con los impuestos más altos de toda España.
Y ahora proponen como candidato a un personaje que pasará a la posteridad, esperemos que desde una celda, por su imagen pisoteando un coche de la policía. Un tipo sin ningún mérito para presidir una institución centenaria que ellos pretenden gloriosa. Tanto da este como cualquier otro, siempre y cuando el perfil sirva para mantener la tensión con el estado. ¿El prestigio de la institución histórica? Qué importa frente al interés personal de la banda organizada que controla Cataluña desde hace lustros. Añadirán, en un giro que entra ya de lleno en el terreno de la burla, una parodia de proclamación del fugitivo en su guarida belga. Un preso y un fugitivo de la justicia, exhibición gloriosa de una bicefalia demencial.
Cataluña y los catalanes les importamos literalmente una mierda. Es una especie de juego de tronos cutre e innoble, un espectáculo lamentable en el que una banda de politicastros se ha apropiado de la política, la administración y el presupuesto de una de las comunidades más potentes de España y hasta de Europa para maniobrar única y exclusivamente en su propio beneficio e interés, despreciando por completo las consecuencias que sus decisiones irresponsables y hasta criminales tengan para los ciudadanos y hasta para la propia institución que representa a la región. Viven literalmente en una realidad paralela que pagamos nosotros, y por cierto a precio de oro: la casta política mejor pagada de España, y sin necesidad siquiera de acreditar una mínima gestión de las competencias que tiene encomendadas.
Que estos sinvergüenzas se obstinen en este espectáculo lamentable es patético, pero comprensible en una banda de indocumentados que sería incapaz de vivir de algo que no sea el presupuesto público y la permanente queja lacrimógena, e incapaces también de gestionar una sociedad moderna y eficaz. Y libre. Pero lo verdaderamente triste es que un par de millones de catalanes siga comprando entradas, en forma de voto, para este espectáculo bochornoso. No se dan cuenta de que ellos tampoco les importan una mierda: simples peones en un tablero, carne de cañón a la que exprimir y utilizar. Ese es el gran problema y enorme reto para España: hacer que ese grupo de ciudadanos sea consciente de las dimensiones del engaño del que han sido y siguen siendo objeto. Convertirles de nuevo, si alguna vez lo fueron, en ciudadanos maduros y responsables. Devolverles la conciencia de ser demócratas. En suma: devolverles a la ciudadanía española y europea. A la ciudadanía cívica, por supuesto, que el pasaporte ya lo tienen. Sí, ese que en su tapa granate dice Reino de España.